Nación Güegüence

Una pizarra de expresión de opiniones y sentimientos personales sobre lo que acontece en Nicaragua y lo relacionado con ella.

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Nombre: Luciano Cuadra
Ubicación: Afghanistan

sábado, septiembre 24, 2005

La Prensa - Editorial - Cultura de la muerte (Rigoberto López Pérez)

El editorial asume de frente esta polémica postura con toda la razón. Ante esta situación, los nicaragüenses debemos despojarnos de todo romanticismo político y aceptar que es hora de abandonar el culto a la violencia y a la muerte.
Es cierto que la mayoría de nosotros apoyamos el triunfo de la insurrección popular sobre la dinastía somocista; a la vez que hemos aceptado como necesaria la acción, en aquél momento, de Rigoberto López Pérez contra la humanidad del primer dictador; pero de eso, a celebrarlo de manera casi oficial y pública levantándole un monumento, hay mucho trecho y debe ponérsele un alto.
La acción del poeta leonés contra Somoza García es cumbre, o depresivo, en nuestra historia, pero por cuestión de moral y pudor nacional debemos abstenernos de celebrar el asesinato, por muy necesario que ésta acción hubiese sido. Han pasado cincuenta años desde que ésta se llevó a cabo. Supuestamente hemos avanzado y madurado como pueblo, pero con la erección de ese monumento más bien parecemos demostrar que seguimos existiendo en la época de las cavernas en búsqueda desesperada de ese invento que se llamará rueda.
Me pregunto si la elaboración de tal estatua y su ubicación en un lugar público, contó con el aval de los concejales de la ciudad de Managua o simplemente se dio porque el señor Alcalde decidió imponer su voluntad en el mini feudo. O quizá lo hizo para quedar bien con su jefe.
¿De dónde salieron los fondos para rendirle pleitesía a la violencia? Al materializar ese abuso de autoridad le queda abierto el paso a quienes más adelante pudieran desear eregir una obra similar en honor de los Somoza. Igual de abominable.
La estatua debiera ser derribada, esperando que con ella también caiga lo que su levantamiento representa.

domingo, septiembre 11, 2005

El Nuevo Diario - Managua, Nicaragua - Aquí dirige el nuevo Walker

En esta nota el diputado Ortega insiste en insultar a los nicaragüenses, al acusar al presidente Bolaños de robar cien millones de dólares sin presentar pruebas fehacientes, basándose únicamente en su propia palabra, como si esta tuviese autoridad moral y jurídica alguna.
En segundo lugar, obvia totalmente el robo más grande que ha sufrido la nación nicaragüense con la tristemente célebre piñata. Asalto a mano armada cometido por los miembros más prominentes del partido FSLN.
Es indiscutible que la soberanía debe ser defendida por todos, pero cuando señala al presidente Bolaños de entregar Nicaragua a Estados Unidos, evade una vez más su responsabilidad histórica al haber puesto nuestra soberanía al servicio de la ahora extinta URSS y Cuba. Por lo tanto, ese pasado nos obliga a pensar que seguramente haría lo mismo con el golpista Hugo Chávez, en caso que él (Ortega) asumiera la presidencia.
Ortega no puede, desde ángulo alguno, emitir acusaciones sin revisar su propio pasado, especialmente cuando ejercía la chamba de dictador de Nicaragua. Esto tiende a convertirlo en candidato perdedor permanente.
No hay explicación ética posible para excusar el hecho de que después de haber acusado al Dr. Alemán de ladrón, el dirigente frentista se enfrasque en un amarre político tan compacto que terminan siendo casi lo mismo, coronando el pacto con una foto "familiar." Esto simplemente nos enseña los inexistentes valores morales de Ortega, y por supuesto, también del ex gobernante liberal constitucionalista.

domingo, septiembre 04, 2005

Nicaragua duele

Por fin se oficializó lo que por tanto tiempo fue un simple rumor con fuertes rasgos de verdad. Con la decisión tomada recientemente por la Corte de la Suprema inJusticia la vulgaridad y el descaro han consumado su matrimonio sin poder señalar quién es quién porque los participantes son ahora una sola entidad. Amalgamados. Así, de la misma manera como se confunden las negras aguas que emergen de las arterias íntimas y subterráneas de nuestra Capital con las propias y limpias del Xolotlán. Fétida expresión del imperante desequilibrio eco político.
En Nicaragua, escribir para denunciar este atentado contra nuestra existencia republicana es una actividad masoquista que ejercitamos todos los días. Lo hacemos sabiendo que esto difícilmente (aunque no totalmente imposible) detendrá la marcha de quienes han decidido revolcarse en el fango de lo obsceno a cambio de un pedacito de trabajo estatal, pero insistimos en ello.
Por lo menos algo bueno deberá resultar de esta última acción pactera. Quizá sea, el convencernos que no serán insípidas palabras las que lograrán reducir la marcha de los bárbaros que pisotean el suelo nacional. Nuestro suelo. ¿Hasta cuándo vamos a reaccionar? Nada parece quedar de lo enseñado por quienes nos precedieron. Diriangén y Nicaragua actuaron en su momento, cada uno a su manera. Igual hicieron democráticos y legitimistas contra Walker. Sandino mismo levantó su voz y su machete contra la iniquidad y la traición.
No se trata de llamar a la violencia, aunque la actitud mefistofélica de la claque pactista arrincona a la población dejando muy poco espacio a la esperanza, lo cual podría no permitir otra salida a los nicaragüenses que la de expresar la ira popular ya vivida en carne propia por algunos políticos de rapiña unos veinte y tantos años atrás. Tampoco se pretende convertir esta tarea en una defensa del presidente, sino la de respetar las leyes y al deseo popular que lo eligió para un período determinado. Atentar contra la estabilidad del Ejecutivo, es hacerlo contra la mayoría de los nicaragüenses.
El exigir respeto a nuestros derechos políticos y a convivir en un régimen social decente y en paz, no puede ser catalogado como incitación a la violencia; más sí lo es el amenazar con expulsar al presidente con el respaldo de cien mil personas, tal como lo hiciera recientemente un magistrado, pareciendo obviar que somos cinco millones de ciudadanos en esta aldea llamada Nicaragua.
Al final de cuentas, si decidimos actuar deberá ser por amor propio. También sería porque queremos heredar a nuestros hijos una nación limpia que inspire orgullo y satisfacción. Poner fin a la cultura de corrupción empotrada en las cúpulas de poder no es problema de sectarismo político ni de clases sociales. Es asunto de dignidad nacional.
A las 12 de la noche en punto, mientras me dispongo a cerrar este escrito, llegan a mi memoria las palabras del primo y poeta Cajina-Vega: “Todo en Nicaragua me duele.”